jueves, 2 de febrero de 2012

La Europa del siglo XVIII (1713-1789). Matthew Smith Anderson

Erick Adrián Paz González

3 de febrero de 2012

Geopolítica y Comunicación. Grupo: 0005

Europa, como continente, es actualmente la mayor potencia económica, política y social del mundo, con una estabilidad mayor a cualquier otra zona del globo y con una diversidad de creencias, costumbres, tradiciones e historia entre cada uno de los países que lo conforman, pero siempre guardando una similitud entre cada uno de ellos.

Es necesario estudiar la historia para entender por qué las cosas son como son y no otra cosa y, como afirma Carlos Pereyra, para formar una visión del futuro a partir del pasado que forma un presente del cual somos parte (Pereyra, Carlos Historia, ¿Para qué?, 1980). Es lo que Matthew Smith Anderson en su obra La Europa del siglo XVIII (1713-1789) resume acerca de este continente en dicho tiempo sobre lo que le permite ser lo que es ahora y no otra cosa.

Anderson vivió las trasformaciones del siglo XX y aún así fue capaz de reconstruir la vida política, económica y social de dos siglos antes, con toda la dificultad que eso implica y con una investigación tan completa y resumida que no deja escapar detalles entre el fin de la Guerra de Secesión española y la toma de la Batilla en Francia; una gran editada desde 1966 por la Univeridad de Oxford, Inglaterra.

Como lo es hoy el idioma Inglés, a principios del siglo XIII la lengua diplomática era el Francés, más en las partes de occidente y centro de Europa, lo que denotaba el gran poder de Francia en la región y en todas sus formas. Es evidente que ese cambio a lo que es hoy no pasó en pocos años, ni siquiera en décadas, fue el resultado de un largo proceso, de intervenciones con otros Estados europeos que a su vez adquirieron gran poder como Inglaterra, Rusia, e incluso los cada vez más débiles Imperios Romano y Otomano.

Desde la competencia por el poderío naval, la fuerza de las tropas y su número de soldados, la extensión del territorio, hasta la forma de ejercer el poder, las actividades económicas, especialmente agrícolas, y la cantidad de población, todo elemento es vital para que un Estado alcance un poderío superior a cualquier otro. En el siglo XVIII los Estados más poderosos tenían en niveles altos estos factores, algunos los aumentaban y otros a la inversa y eso les daban lugar en el mundo europeo.

Ya resumidos los principales puntos por los que los Estados europeos crecían o decrecían, daré inició al tema central de mi ensayo: La crítica sobre “el dañar a otros para crecer uno mismo”. En toda la historia existen guerras, crisis, auges y extinciones que los seres humanos provocan eventos sólo y para sí mismos; si damos razón a Carlos Marx, el motor de la historia es la lucha de clases y esta lucha se da para beneficio quizás hasta innecesario de unos cuantos hombres.

Remontémonos a la Francia de 1713, cuando ésta era la mayor potencia europea. Como es normal en toda la historia, los estados de Europa sufrían continuos cambios en su forma de gobierno, extensión y más elementos antes mencionados y estos se veían aún más modificados cuando entraban en contacto con otros, los más frecuentes eran la guerra y el comercio.

Cuando los estados europeos iniciaban un comercio era para poder obtener productos que no existían o eran muy difíciles de conseguir en sus respectivos territorios, creando –ya sea voluntario o involuntario- una relación de dependencia y algo parecido al consumismo moderno, donde se comenzaban a codiciar todos los productos de los que se carecía y a colocarles la característica de necesarios. Así, aquel estado que lograra dominar las rutas comerciales, así como jugar el papel de intermediario o de gran exportador, garantizaba un poderío económico, que se traducía en mayor dinero y esto a su vez en capacidad adquisitiva de más bienes, servicios y armamento.

Aunque con el comercio era más difícil conseguir territorio que con la guerra, con la cual se conquistaban reinos y éstos eran anexados a los imperios conquistadores, esta primera actividad impulsaba el crecimiento de la segunda, además de que generaba presencia en las regiones a conquistar.

Es de vital importancia tener en cuenta el poder del monarca en estos Estados –recordemos que la monarquía era la única forma “autorizada” en la Europa del siglo XVIII-, en todos ellos este personaje decidía el qué sí y qué no hacer con respecto a los asuntos de cada Estado, pero se veía intervenido por organismos como los parlaments franceses, la nobleza o la Iglesia. Cada agente de poder luchaba por defender situaciones para el beneficio propio, sin importar que sucediera con aquellos de su misma clase social y mucho menos de clases sociales “inferiores”.

Entonces, lo que fue el poder de las clases dominantes llevó a que los Estados quisieran más y más, que los monarcas aumentaran sus dominios y la nobleza y el clero obtuvieran más beneficios acorde a sus intereses. El modo de hacerlo fue la guerra. Como ejemplo puede citarse a cualquier líder de Estado europeo, pero me centraré en Pedro el Grande de Rusia para también comprobar cómo la visión de una sola persona puede lograr cosas en demasía.

Cuando en Rusia Pedro el Grande toma el trono, este territorio se hallaba prácticamente ignorado, las actividades económicas no eran nada eficientes y el pueblo estaba dividido. Con su gobierno retiró privilegios y logró un avance, ayudado por guerras, para hacerse notar en el mundo europeo. Un avance que costó muchas vidas y libertades.

Es necesario destacar que toda guerra de estos siglos terminaba con la firma de tratados que otorgaban territorios de los vencidos y, al hacer esto, la economía de los nuevos anexos caía y la población entraba en graves crisis de todos tipo, además de que el poder de los ganadores crecía en gran medida y amenazaba cada vez más a otros Estados.

Pero aunque el poder pudiera crecer, no significaba que sus habitantes tuvieran niveles siquiera aceptables de bienestar, pues recordemos que los habitantes estaban separados de las clases sociales elevadas y a estas últimas no les interesaban las primeras. Por ejemplo, con Pedro el Grande lo poco que se desarrolló fue un reducido número de industrias relacionadas con los metales y el resto de la población permaneció marginada y aún más sometida por el crecimiento en poder y número de las clases altas.

Gran Bretaña también es un ejemplo de crecimiento en todos sus niveles, pero a raíz del sometimiento de otras naciones por medio de su flota militar. A diferencia del resto, esta nueva potencia tomo ciertas preocupaciones para su población, aunque no fueran suficientes y fomentó la Revolución industrial ya casi a finales de siglo, algo benéfico para el mundo pero dañino para su población en varios momentos.

Y si tomamos en cuenta la serie de guerras en las que intervinieron todos los Estados potencia europeos, ya incluyendo también a Alemania, Polonia y más, lo que sucedió fue un estira y afloja de territorios que cada vez iban desgastando más con lo que se trataba. Es decir, cuando se pasaban territorios éstos sufrían daños y atrasos casi imposibles de revertir y que además afectaban a partes que no jugaban un papel directo en dicho intercambio territorial, principalmente en el daño comercial, diplomático y hasta agrícola, los campesinos eran los ciudadanos –si es que realmente pueden adquirir ese título- más marginados y pobres de la Europa aún hasta hace poco.

Ya con la creación de nuevos impuestos, los gobiernos comenzaron a financiar su desarrollo acosta del trabajo escaso de sus habitantes, manteniendo a las clases altas en un status superior y sin las consecuencias reales de las conquistas de todo tipo que sucedían en el continente.

Una vez más las acciones que tomaban unas pocas familias privilegiadas dictaban el destino de un mundo centrado en un continente y el resto de los seres humanos pagaban las consecuencias de las malas y pésimas decisiones que actuaban sobre ellos, actuando por instinto, ignorancia o ideología al ir a la guerra y trabajar sin descanzo. El precio del bienestar de unos pocos fue la pérdida del derecho natural de los seres humanos, de su libertad, su dignidad, su trabajo y su futuro.



Fuentes:

Anderson, Matthew Smith(1966) México, FCE, 1996.

Pereyra, Carlos (1980), México, Siglo XXI

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