jueves, 16 de febrero de 2012

La Europa del Siglo XIX

Jiménez Domínguez Joab Daniel

Geopolítica y Comunicación.

Grupo: 0005

La Europa del Siglo XIX

La forma de la historia europea después de 1815 dependió del juego reciproco de tres factores principales, uno político, otro naval, y otro más económico. El factor político fue el ascenso de las cuatro potencias victoriosas, Inglaterra, Austria, Rusia y Prusia. Eclipsada Francia, éstos estuvieron en situación de redibujar el mapa de Europa. El segundo factor, fue el de la supremacía naval de Inglaterra. El tercer factor, fue la mecanización de la industria[1]; es decir, debido a las revoluciones dadas poco a poco Europa fue cobrando estabilidad en todos aspectos.

La explotación colonial europea del Nuevo Mundo estaba llegando a su término. Un motivo más apremiante que la declaración Monroe, (sintetizada en la frase “América para los americanos”, y dirigida principalmente a las potencias europeas con la intención de que los Estados Unidos no tolerarían ninguna interferencia o intromisión de las potencias europeas fue América) fue el temor de que España, con el respaldo de la alianza europea, recuperara al dominio de las repúblicas americanas, que tan recientemente habían proclamado su independencia.[2]

La revolución que produjo en los transportes y las comunicaciones la introducción del vapor y de la electricidad, dio un verdadero impulso a la expansión del siglo XIX. Los triunfos de la técnica occidental dependieron, del desarrollo de una mentalidad científica. En la revolución científica, los instrumentos de precisión fueron más importantes que los instrumentos de poder. Presupuso una reorientación filosófica, un cambio fundamental en las actitudes y creencias del espíritu europeo moderno. El siglo XIX merece ser considerado como la principal centuria de la edad científica.

El factor más rebelde de la sociedad dominada por la burguesía era la maquinaria, que multiplicaba el número de proletarios descontentos. En la primera mitad del siglo XIX no se encontró una solución satisfactoria. La mayoría de los pensadores sociales de esa época preferían exponer sus soluciones románticas que enfrentarse de verdad a las realidades económicas. Sus “sistemas” eran ejercicios intelectuales, que fracasaban al ser aplicados, y que les dieron a sus defensores el título de “socialistas utópicos”.

La Liga Comunista, una organización socialista internacional que había encargado Marx y Engels la redacción de esta desafiante proclama, fue desbandada por la reacción posterior a 1848. Durante décadas, el comunismo militante fue una sombra sin sustancia; el propio Marx lo describió diciendo que era un espectro; sin embargo, fue un espectro que turbó el sueño de Europa en lo sucesivo. Al parecer el Manifiesto Comunista comenzó el ocaso del socialismo utópico.[3] Otro antídoto, fue el rápido mejoramiento de las condiciones económicas que se produjo después de 1848.

Las malas cosechas, el hambre y el desempleo de la década de 1840 habían fomentado la rebelión; la expansión económica de la década de 1850 trajo tiempos mejores y algunos beneficios alcanzaron las clases oprimidas. La emigración a ultramar se había cuadruplicado. El comercio mundial estaba aumentando con insólita rapidez. El progreso económico, sin embargo, permaneció sujeto a desconcertantes saltos y pausas.

La Guerra de las Siete Semanas resolvió los principales problemas de la unificación alemana. La constitución de la Confederación del Norte de Alemania dispuso una unión federal en la que los estados miembros conservaban su propia administración, pero el gobierno federal se hacía cargo de la política exterior y de la dirección de las fuerzas militares.

El rey de Prusia pasó a ser comandante en jefe y presidente de la federación; en el Consejo Federal Prusia dominaba 17 de los 43 votos, y podía bloquear enmiendas. La cámara baja, elegida por sufragio universal, fue una concesión a la opinión liberal que no se opuso al ascendiente de Bismarck.

El siglo XIX fue la gran era de la expansión europea. Durante 300 años, su agresiva superioridad y sus gloriosas conquistas pusieron en jaque todos los prólogos históricos, aunque puedan encontrarse precedentes limitados, por ejemplo, la propagación de la cultura helénica que estuvo circunscrita al ámbito del Mediterráneo.

Entre los años 1815 y 1914, el mundo ingresó en una nueva era de integración global, a impulsos de la técnica occidental. Es decir, los cambios y revoluciones que se habían suscitado en el siglo XVIII se reforzaron durante el paso del XIX y posteriormente el mundo se sumergiría en la segunda guerra mundial donde se daría un gran cambio importante en Europa.

A primera vista, la segunda mitad del siglo XIX parece diferenciarse de la etapa anterior, donde los contrastes son más significativos que las continuidades. Hacia 1867, el estado nacional, centralizado y territorial, se había convertido en la forma política triunfante de la edad; el antiguo ideal federal había caído en descrédito; y el Concierto de Europa se había colocado en el limbo reservado a las ficciones diplomáticas. Una revolución técnica estaba reformando los fundamentos económicos de la sociedad europea y norteamericana. [4]

La industria reemplazó a la agricultura, y los habitantes de la ciudad sobrepasaron en número, y en las votaciones, a la población rural. El nuevo industrialismo dio impulso a un nuevo imperialismo. En todos los niveles de la sociedad occidental, la creciente prosperidad material fue aceptada como la vara de medir el progreso, y el pensamiento de la era acogió los dogmas del materialismo científico y de la Realpolitik. El prestigio de los sacerdotes y de los filósofos se eclipsó y el ocaso romántico fue seguido por la fría alborada de la filosofía positivista y del arte realista.[5]

Después de 1870, la economía occidental entró en una nueva fase, en una “Nueva revolución industrial”. Se produjo una ampliación de la investigación y toda una pléyade de invenciones. Se demostraron las posibilidades comerciales de otras dos fuentes de energía. En 1881, la producción de petróleo y las dínamos recientemente perfeccionadas de las plantas de energía eléctrica, que generaban corriente para el alumbrado público y otros usos comerciales. Comenzaba el alborear de la era del petróleo y de la electricidad, que habrían de transformar el nivel de vida del mundo occidental. Es más exacto decir que la nueva era trajo consigo una revolución técnica.

Al comenzar el siglo XX, en 1901, las potencias europeas habían estado en paz durante casi treinta años, y no se había producido una guerra europea general en ochenta y cinco años. Todas las principales naciones, salvo Rusia, habrían creado la maquinaria de un gobierno parlamentario, aunque en Alemania y Austria – Hungría este aparato no siempre funcionaba, y los ministerios podían vetar a una mayoría de los representantes populares y seguir en el poder, a pesar de los votos de no – confianza de la Cámara Baja.

Las tensiones sociales e internas iban en aumento, y los problemas no se resolvieron. En 1914, las fuerzas desintegradoras, se desbordaron y el continente se hundió en una desastrosa lucha que redujo su población y destrozó su economía. El estallido de esta primera Guerra Mundial señaló el fin de una época histórica. Los 460. 000.000 habitantes de Europa ingresaron en una nueva era de conflictos violentos, colapsó económico y revolución social. Los que sobrevivieron aprendieron a mirar los años anteriores a 1914 como una edad más feliz de decoro, orden y seguridad.

No obstante el siglo XIX fue un periodo que no se vio dañado por guerras prolongadas; fue un siglo durante la economia de Europa se pudo dirigir a empresas especificas y la inversión junto con la población se encontraron con excedentes. Durante ese periodo se disfrutó de un aumento de riqueza y comodidad, de una ampliación de las oportunidades económicas y de un mejoramiento en los niveles de alimentación, salud y saneamiento.

Con cada década, nuevos avances técnicos aceleraron la mecanización de la industria, se dibujaron nuevas ciudades y nuevos niveles de producción se alcanzaron en las fábricas y talleres. Pero los índices más significativos fueron los demográficos. A lo largo del siglo XIX, la población de Europa aumentó a un ritmo considerable.

Por último el siglo XIX fue el parteaguas de la estabilidad en Europa a los fuertes azotes que vendrían en un futuro con Hitler y la segunda guerra mundial y la crisis económica a principios del siglo XX.

Bibliografía.

Bruun, Geoffrey, La Europa del Siglo XIX (1815-1914), 2005, México, FCE, 241 pp.



[1] Bruun, Geoffrey, La Europa del Siglo XIX (1815-1914), 2005, México, FCE, pp.22

[2] Ibid, pp.23

[3] Ibid, pp 94

[4] Ibid, pp.122

[5] Ibid, pp, 123

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